JACOB
Noche en el desierto. Cielo azul profundo. Granizado de estrellas.
Soledad acompañada solamente de soledad.
En medio de aquel arenal, Jacob y una piedra por almohada.
Para entretenerse mira el firmamento y mastica este y aquel pensamiento.
Entretanto se duerme.
Ve una escalera que llega hasta el cielo.
Ángeles suben y bajan.
¿Una escalera que toca el cielo?
Amanece y pasa el día, y luego otro día, y otro, y muchos más.
Luego, en otra noche, en otro desierto, en otra soledad, Jacob lucha con un hombre que al final resulta ser un ángel y luego se sabe que es Dios.
En la pelea Jacob le arranca a Yavé una bendición ¿Otro sueño?
¡Qué más da! Una cosa es cierta:
Jacob es soñador y también luchador.
Se las ingenia para convertirse en primogénito.
Trabaja catorce años hasta conseguir casarse con Raquel.
Y a como puede hace fortuna a pesar de los trucos de su tío Labán.
Jacob sueña, pide bendiciones a Dios –es decir, ora- y trabaja.
Soñar, orar, trabajar.
He aquí tres ingredientes en la fórmula de un luchador exitoso.
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